Juan de Valdés - El diálogo de la lengua lyrics

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Juan de Valdés - El diálogo de la lengua lyrics

PERSONAJES MARCIO. VALDES. CORIOLANO. PACHECO. MARCIO.- Pues los mozos son idos a comer y nos han dejado solos, antes que venga alguno que nos estorbe, tornemos a hablar en lo que comencé a deciros esta mañana. VALDES.- No me acuerdo de qué cosa queréis decir. MARCIO.- ¿Cómo no? ¿No os acordáis que os dije cómo de aquello, en que habíamos platicado, me era venida a la memoria una honesta curiosidad, en la cual hace muchos días deseo platicar con vos? VALDES.- Ya me acuerdo; no tenía cosa más olvidada. MARCIO.- Pues nosotros, por obedeceros y serviros, habemos hablado esta mañana en lo que vos habéis querido y, muy cumplidamente, os habemos respondido a todo lo que nos habéis preguntado, cosa justa es que, siendo vos tan coartés y bien criado con todo el mundo, como todos dicen que sois, lo seáis también con nosotros, holgando que hablemos esta tarde en lo que más nos contentará, respondiéndonos y satisfaciéndonos a las preguntas que os proponemos, como nosotros habemos hecho a las que vos nos habéis propuesto. VALDES.- Si no adornarais esta vuestra demanda con tanta retórica, liberalmente me ofreciera a obedeceros; ahora, viéndoos venir ataviado en vuestra demanda con tantas razones, sospechando me queréis meter en cualque cosa enojosa, no sé qué responderos si primero no me decís claramente qué es lo que queréis de mí. MARCIO.- Lo primero que de vos queremos es que, sin querer saber más, nos prometáis ser obediente a lo que os demandaremos. VALDES.- Confiando en vuestra discreción que no querréis de mí cosa que no sea razonable y honesta, os prometo ser obediente. MARCIO.- No me contento con eso, y quiero que a todos tres nos deis vuestra fe que lo haréis así. VALDES.- ¿A qué propósito me queréis obligar tan estrechamente? ¿Os habéis por ventura concertado todos tres para el mohíno? Ora sus1, sea lo que fuere, digo que os doy mi fe que responderé como mejor supiere a todo lo que esta tarde me querréis preguntar. ¿Estáis contentos? MARCIO.- Yo por mi parte estoy contentísimo. CORIOLANO.- A mí harto me basta. PACHECO.- Pues para mí no era menester más que la primera promesa. VALDES.- Sus pues, comenzad a preguntar, que me tenéis confuso hasta saber qué misterios son estos que queréis entender de mí. MARCIO.- ¿Misterios? ¡Y cómo, si bien supieseis! VALDES.- Sea lo que fuere, acabad ya; por amor de Dios, decidlo. MARCIO.- Soy contento. Bien os debéis acordar cómo, al tiempo que ahora ha dos años, partisteis de esta tierra para Roma, nos prometisteis a todos tres que conservaríais y entretendríais nuestra amistad, como habéis hecho, con vuestras continuas cartas. Ahora sabed que, después de vos ido, nosotros nos concertamos de esta manera, que cualquiera de nosotros que recibiese carta vuestra la comunicase con los otros, y esto habemos hecho siempre así, y con ello habemos tomado mucho descanso, pasatiempo y placer, porque con la lección refrescábamos en nuestros ánimos la memoria del amigo ausente, y con los chistes y donaires, de que continuamente vuestras cartas venían adornadas, teníamos de qué reír y con qué holgar y, notando con atención los primores y delicadezas que guardabais y usabais en vuestro escribir castellano, teníamos sobre qué hablar y contender, porque el señor Pacheco, como hombre nacido y criado en España, presumiendo saber la lengua tan bien como otro, y yo, como curioso de ella, deseando saberla así bien escribir como la sé hablar, y el señor Coriolano, como buen cortesano, queriendo del todo entenderla (porque, como veis, ya en Italia, así entre damas como entre caballeros, se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano), siempre hallábamos algo que notar en vuestras cartas, así en lo que pertenecía a la ortografía, como a los vocablos, como al estilo; y acontecía que, como llegábamos a topar algunas cosas que no habíamos visto usar a otros, a los cuales teníamos por tan bien hablados y bien entendidos en la lengua castellana cuanto a vos, muchas veces veníamos a contender reciamente cuando sobre unas cosas y cuando sobre otras, porque cada uno de nosotros o quería ser maestro o no quería ser discípulo. Ahora que os tenemos aquí, donde nos podéis dar razón de lo que así habemos notado en vuestra manera de escribir, os pedimos por merced nos satisf*gáis buenamente a lo que os demandaremos: el señor Pacheco, como natural de la lengua, y el señor Coriolano, como novicio en ella, y yo, como curioso de ella. VALDES.- Si me dijerais esto antes de comer, me pusierais en duda si lo decíais de verdad o no, pero, considerando que es después de comer, y creyendo que con mostraros hombre del palacio habéis querido celebrar vuestro convite, me resuelvo en no creeros nada de lo que decís, y digo que, si queréis saber algo de mí, debéis dejar los donaires por ahora, pues sabéis que si yo tomo la mano, ganaréis conmigo «lo que suele ganar un cosario con otro». CORIOLANO.- Mejor manera de burlar me parece la vuestra, pues queriendo hacer del juego maña, pensáis libraros de la fe que nos habéis dado; y os engañáis, porque de ninguna manera os la soltaremos si primero no nos respondéis muy entera y cumplidamente a todo lo que os preguntaremos sobre la materia propuesta, en la cual se os ha dicho realmente lo que en vuestra ausencia pasaba y lo que queremos de vos. VALDES.- ¿Queréis que os diga la verdad? Aun con todo eso pienso que me burláis. PACHECO.- Si no queréis creer a ellos, creedme a mí, que todo lo que os dicen es la pura verdad. VALDES.- Más quisiera que fuera la pura mentira, porque me parece cosa tan fuera de propósito esta que queréis, que apenas oso creeros. MARCIO.- Me maravillo mucho que os parezca cosa tan extraña el hablar en la lengua que os es natural. Decidme: si las cartas de que os queremos demandar cuenta fueran latinas, ¿tuvierais por cosa fuera de propósito que os demandáramos cuenta de ellas? VALDES.- No, que no la tuviera por tal. MARCIO.- ¿Por qué? VALDES.- Porque he aprendido la lengua latina por arte y libros, y la castellana por uso, de manera que de la latina podría dar cuenta por el arte y por los libros en que la aprendí, y de la castellana no, sino por el uso común de hablar, por donde tengo razón de juzgar por cosa fuera de propósito que me queráis demandar cuenta de lo que está fuera de toda cuenta. MARCIO.- Si os demandásemos cuenta de lo que otros escriben de otra manera que vos, tendríais razón de excusaros, pero, demandándoosla de lo que vos escribís de otra manera que otros, con ninguna razón os podéis excusar. VALDES.- Cuando bien lo que decís sea así, no dejaré de excusarme, porque me parece cosa fuera de propósito que queráis vosotros ahora que perdamos nuestro tiempo hablando en una cosa tan baja y plebeya como es punticos y primorcicos de lengua vulgar, cosa a mi ver tan ajena de vuestros ingenios y juicios que por vuestra honra no querría hablar en ella, cuando bien a mí me fuese muy sabrosa y apacible. MARCIO.- Me pesa oíros decir eso. ¿Cómo? ¿Y os parece a vos que el Bembo perdió su tiempo en el libro que hizo sobre la lengua toscana? VALDES.- No soy tan diestro en la lengua toscana que pueda juzgar si lo perdió o lo ganó; os sé decir que a muchos he oído decir que fue cosa inútil aquel su trabajo. MARCIO.- Los mismos que dicen eso, os prometo se aprovechan muchas veces de esa que llaman cosa inútil, y hay muchos que son de contraria opinión, porque admiten y aprueban las razones que él da, por donde prueba que todos los hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que no la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros. ¿No habéis leído lo que dice sobre esto? VALDES.- Sí que lo he leído, pero no me parece todo uno. MARCIO.- ¿Cómo no? ¿No tenéis por tan elegante y gentil la lengua castellana como la toscana? VALDES.- Sí que la tengo, pero también la tengo por más vulgar, porque veo que la toscana está ilustrada y enriquecida por un Boccaccio y un Petrarca, los cuales, siendo buenos letrados, no solamente se preciaron de escribir buenas cosas, pero procuraron escribirlas con estilo muy propio y muy elegante; y, como sabéis, la lengua castellana nunca ha tenido quien escriba en ella con tanto cuidado y miramiento cuanto sería menester para que hombre, queriendo o dar cuenta de lo que escribe diferente de los otros, o reformar los abusos que hay hoy en ella, se pudiese aprovechar de su autoridad. MARCIO.- Cuanto más conocéis eso, tanto más os deberíais avergonzar vosotros, que por vuestra negligencia hayáis dejado y dejéis perder una lengua tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante. VALDES.- Vos tenéis mucha razón, pero eso no toca a mí. MARCIO.- ¿Cómo no? ¿Vos no sois castellano? VALDES.- Sí que lo soy. MARCIO.- Pues ¿por qué esto no toca a vos? VALDES.- Porque no soy tan letrado ni tan leído en cosas de ciencia cuanto otros castellanos que muy largamente podrían hacer lo que vos queréis. MARCIO.- Pues ellos no lo hacen y a vos no os falta habilidad para poder hacer algo, no os deberíais excusar de ello, pues, cuando bien no hicieseis otra cosa que despertar a otros a hacerlo, haríais harto, cuanto más que aquí no os rogamos que escribáis, sino que habléis; y, como sabréis, palabras y plumas el viento las lleva. PACHECO.- No os hagáis, por vuestra fe, tanto de rogar en una cosa que tan fácilmente podéis cumplir; cuanto más, habiéndola prometido y no teniendo causa justa con que excusaros, porque lo que decís de los autores que os faltan para defenderos no es bastante, pues sabéis que para la que llamáis ortografía y para los vocablos os podéis servir del autoridad del Vocabulario de Antonio de Librija2 y, para el estilo, de la del libro de Amadís de Gaula. VALDES.- Sí, por cierto, muy grande es el autoridad de esos dos para hacer fundamento en ella, y muy bien debéis haber mirado el Vocabulario de Librija, pues decís eso. PACHECO.- ¿Cómo? ¿No os contenta? VALDES.- ¿Por qué queréis que me contente? ¿Vos no veis que, aunque Librija era muy docto en la lengua latina, que esto nadie se lo puede quitar, al fin no se puede negar que era andaluz, y no castellano, y que escribió aquel su Vocabulario con tan poco cuidado que parece haberlo escrito por burla? Si ya no queréis decir que hombres envidiosos, por afrentar al autor, han gastado el libro. PACHECO.- En eso yo poco me entiendo. Pero ¿en qué lo veis? VALDES.- En que, dejando aparte la ortografía, en la cual muchas veces peca en la declaración que hace de los vocablos castellanos, en los latinos se engaña tantas veces que sois forzado a creer una de dos cosas: o que no entendía la verdadera significación del latín (y esta es la que yo menos creo) o que no alcanzaba la del castellano, y esta podría ser, porque él era de Andalucía, donde la lengua no está muy pura. PACHECO.- Apenas puedo creer eso que me decís, porque a hombres muy señalados en letras he oído decir todo lo contrario. VALDES.- Si no lo queréis creer, id a mirarlo y hallaréis que por aldeano dice vicinus, por brio en costumbres, morositas; por cecear y ceceoso, balbutire y balbus; por loçano, lascivus; por malherir, deligere; por moço para mandados, amanuensis; por mote o motete, epigramma; por padrino de boda, paranymphus; por ración de palacio, sportula; por sabidor de lo suyo solamente, idiota; por villano, castellan*s; y por rejalgar, aconitum. No os quiero decir más, porque sé que entendéis poco de la lengua latina y porque me parece bastan estos vocablos para que, si los entendéis, creáis que los hombres de letras que decís, no debían tener tantas como vos pensáis, o no lo debían haber mirado con tanta atención como yo, y para que veáis que no me puedo defender con el autoridad de Librija. PACHECO.- Confieso que tenéis razón. VALDES.- Es tanta que, si bien la entendieseis, soy cierto me tendríais antes por modesto en el notar poco, que por insolente en el reprehender mucho. Mas quiero que sepáis que aún hay otra cosa por que no estoy bien con Librija en aquel Vocabulario, y es esta: que parece que no tuvo intento a poner todos los vocablos españoles, como fuera razón que hiciera, sino solamente aquéllos para los cuales hallaba vocablos latinos o griegos que los declarasen. PACHECO.- Basta lo dicho; yo estaba muy engañado. VALDES.- Pues cuanto al autor de Amadis de Gaula, cuánta autoridad se le debe dar, podéis juzgar por esto que hallaréis, si miráis en ello: que en el estilo peca muchas veces con no sé qué frías afectaciones que le contentan, las cuales creo bien que o se usaban en el tiempo que él escribió, y en tal caso no sería digno de reprehensión, o que quiso acomodar su estilo al tiempo en que dice que aconteció su historia, y esto sería cosa muy fuera de propósito, porque él dice que aquella su historia aconteció poco después de la pasión de nuestro redentor; y la lengua en que él escribe no se habló en España hasta muchos años después. Esto mismo se puede decir de los vocablos. Cuanto a la ortografía, no digo nada, porque la culpa se puede atribuir a los impresores y no al autor del libro. MARCIO.- Ora sus, no perdamos tiempo en esto. Si no tenéis libros en castellano con cuya autoridad nos podáis satisfacer a lo que de vuestras cartas os preguntaremos, a lo menos satisfacednos con las razones que os mueven a escribir algunas cosas de otra manera que los otros, porque puede ser que estas sean tales, que valgan tanto cuanto pudiera valer el autoridad de los libros; cuanto más que, a mi parecer, para muchas cosas os podréis servir del Quaderno de refranes castellanos, que me decís cogisteis entre amigos estando en Roma por ruego de ciertos gentiles hombres romanos. PACHECO.- Muy bien habéis dicho, porque en aquellos refranes se ve muy bien la puridad de la lengua castellana. CORIOLANO.- Antes que paséis adelante, es menester que sepa yo qué cosa son refranes. VALDES.- Son proverbios o adagios. CORIOLANO.- ¿Y tenéis libro impreso de ellos? VALDES.- No de todos, pero, siendo muchacho, me acuerdo haber visto uno de algunos mal glosados. CORIOLANO.- ¿Son como los latinos y griegos? VALDES.- No tienen mucha conformidad con ellos, porque los castellanos son tomados de dichos vulgares, los más de ellos nacidos y criados entre viejas, tras del fuego hilando sus ruecas; y los griegos y latinos, como sabéis, son nacidos entre personas doctas y están celebrados en libros de mucha doctrina. Pero, para considerar la propiedad de la lengua castellana, lo mejor que los refranes tienen es ser nacidos en el vulgo. PACHECO.- Yo os prometo, si no fuese cosa contraria a mi profesión, que me habría, algunos días ha, determinadamente puesto en hacer un libro en la lengua castellana, como uno que dice que Erasmo ha hecho en la latina, allegando todos los refranes que hallase y declarándolos lo menos mal que supiese, porque he pensado que en ello haría un señalado servicio a la lengua castellana. VALDES.- También era Julio César de vuestra profesión, pero no tuvo por cosa contraria a ella con la pluma en la mano escribir de noche lo que con la lanza hacía de día, de manera que la profesión no os excusa. ¿No habéis oído decir que las letras no embotan la lanza? PACHECO.- Vos decís muy bien, y yo lo conozco. Dadme a mí el sujeto que tuvo César, que escribía lo que él hacía y no lo que otros decían, y estonces veréis si tengo por deshonra escribir; pero, porque parece que escribir semejantes cosas a esta pertenece más a hombres de haldas que de armas, no me he querido poner en ello. VALDES.- Pues aunque yo no hago profesión de soldado, pues tampoco soy hombre de haldas, pensad que no os tengo de consentir me moláis aquí preguntándome niñerías de la lengua. Por tanto me resuelvo con vosotros en esto, que, si os contentan las cosas que en mis cartas habéis notado, las toméis y las vendáis por vuestras, que para ello yo os doy licencia, y que, si os parecen mal, las dejéis estar, pues para mí harto me basta haber conocido por vuestras respuestas que habéis entendido lo que he querido decir en mis cartas. MARCIO.- Porque lo que en vuestras cartas habemos notado es de calidad que ni lo podemos tomar por bueno, porque no todos lo aprobamos del todo, ni lo podemos desechar por malo, porque hay cosas que nos satisfacen y hay otras que no entendemos, es menester que en todo caso nos deis cuenta, no solamente de lo que habéis escrito, pero aun de lo que de ello depende o puede depender. Vuestra fe y palabra nos habéis dado y, aunque no queráis, la habéis de cumplir. VALDES.- No se haría más en el monte de Torozos o, como acá decís, en el bosque de Bacano; y pues, como dicen en mi tierra, donde fuerza viene, derecho se pierde, yo me determino en obedeceros. Empezad a preguntar, que yo os responderé. Pero, ya que así lo queréis, será bien que todos tres os concertéis en el orden que queréis llevar en vuestras preguntas, porque no os confundáis en ellas. Hacedlo así, y entre tanto me saldré yo al jardín a tomar un poco de aire. MARCIO.- Muy bien decís; en merced os lo tenemos. Andad con Dios, que presto os llamaremos. PACHECO.- Pues habemos cogido y prendado a Valdés, aún no lo dejemos de ninguna manera sin que primero lo examinemos hasta el postrer pelo. Porque yo lo tengo por tal, que ninguna cosa escribe sin fundamento, y apostaría que tiene en sus papeles notadas algunas cosillas sobre esta materia de que le queremos hablar. Esto creo así, porque no vi en mi vida hombre más amigo de escribir. Siempre en su casa está hecho un San Juan Evangelista, la péñola en la mano, tanto que creo escribe de noche lo que hace de día, y de día, lo que ensueña de noche. MARCIO.- Bien decís; y pues vos, que sois el más diestro en la lengua, sabréis mejor lo que conviene preguntar, a vos toca ordenarlo de manera que no nos confundamos. PACHECO.- Antes yo me remito a cualquiera de vosotros que sois leídos, que yo más me entiendo de desordenar que de ordenar. MARCIO.- Si os queréis gobernar por mí, haremos de esta manera: En la primera parte, le preguntaremos lo que sabe del origen o principio que han tenido, así la lengua castellana como las otras lenguas que hoy se hablan en España; en la segunda, lo que pertenece a la gramática; en la tercera, lo que le habemos notado en el escribir unas letras más que otras; en la cuarta, la causa que lo mueva a poner o quitar en algunos vocablos una sílaba; en la quinta, le pediremos nos diga por qué no usa de muchos vocablos que usan otros; en la s**ta, le rogaremos nos avise de los primores que guarda cuanto al estilo; en la sétima, le demandaremos su parecer acerca de los libros que están escritos en castellano; al último haremos que nos diga su opinión sobre cuál lengua tiene por más conforme a la latina, la castellana o la toscana. De manera que lo primero será del origen de la lengua, lo segundo de la gramática, lo tercero de las letras (adonde entra la ortografía), lo cuarto de las sílabas, lo quinto de los vocablos, lo s**to del estilo, lo sétimo de los libros, lo último de la conformidad de las lenguas. ¿Os contenta esta manera de proceder? PACHECO.- Es la mejor del mundo, con tal condición que la guardemos de tal manera que ninguno se pueda salir de ella. CORIOLANO.- Yo deseo siempre prevenir por no ser prevenido, y así querría que pusiésemos escondido en algún lugar secreto un buen escribano, para que notase los puntos principales que aquí se dijesen, porque podría ser que con este principio engolosinásemos a Valdés de tal manera, que le hiciésemos componer cualque diálogo de lo que aquí platicaremos. MARCIO.- Lo habéis pensado muy bien; hágase así: poned a meser Aurelio que, como sabéis, es entendido en entramas lenguas, y ordenadle lo que ha de hacer, mientras que yo voy a llamar a Valdés, que lo veo pasear muy pensativo. Pero mirad que mandéis que el casero esté a la puerta para que, si viniere alguno, sea quien fuere, diga que no estamos aquí, porque no nos estorben; y, porque los que vinieren lo crean y se vayan con Dios, mandad que los mozos se pasen a jugar hacia la parte de la mar, porque de otra manera no haríamos nada. CORIOLANO.- Decís muy bien; presto será hecho.