Allá donde se muere la luz del arcoiris están esas mujeres que no fueron mamá, que no fueron mujeres, porque algo no quiso o porque entre placeres, a lo mejor, olvidaron amar. O porque fueron ellas, tal vez, las olvidadas del amor, de los hombres, y vivieron sin más hasta morir deshechas, en su lecho de flores, en esas noches secas, a solas con su pan. Un hijo es tan hermoso, que no puede negarse, es el amor, es todo, es recibir, es dar. Es desvarío loco, de aquel sueño del alma, que se vuelve esperanza y no se va jamás. Creced, multiplicaos, dice la ley divina, y su palabra buena se debe predicar, palabra que parece, claro, tan solo una quimera para esas que la vida les negó su verdad. Un hijo es tan hermoso, que no puede negarse,
es el amor, es todo, es recibir, es dar. Es desvarío loco, de aquel sueño del alma, que se vuelve esperanza y no se va jamás. Un día nacimos, entre abrazos y entre sueños, y otro día morimos entre besos y suspiros, tú te hiciste mujer, alguna vez, yo me hice hombre y estoy seguro, casi, que de veras nos quisimos. Me acuerdo que después nos preguntamos: ¿Y si de este amor hermoso, cariño, tuviésemos un hijo? y que luego soñamos y soñamos y al final, bueno, al final a amar así nunca volvimos. Allá donde el que bebe, de colores, se viste un anhelo celeste, por siempre ha de reinar, allá donde se muere la luz del arcoiris están esas mujeres que no fueron mamá.