Cuentan que taciturno y oscuro, como tallado en madera, como fundido en volcán, era Sandino y que de lejos a veces se confundía con la quietud del breñal. Cuentan que se educó en la intemperie y que a las bestias del monte copió su forma de andar; ahí fue que ejercitó la mirada, la calma, la ligereza, la agilidad del jaguar. Allá va el general, rayo de luz sobre el trigal. Allá va el general como una estrella sobre el mar. Hosco como la greda reseca, como una piedra oxidada, huraño como el carbón, así creció Sandino en la lluvia,
templando en la tierra antigua sus dedos de labrador. Supo que aquellas tierras que hería con sus dos manos hermosas y aladas de sembrador eran un territorio cerrado, la jaula donde dormía gorriona con su gorrión. Viendo que el monte no se movía, partió Sandino hacia el monte una mañana de abril. Desde las minas de San Albino, su azada de hierro dulce se convirtió en un fusil. Cuentan que fueron miles entonces los que se alzaron del miedo al ver pasar su perfil: así, Sandino entró a la memoria de América, la morena quiero decir, mí país.